Ante algo que para muchos pasaba desapercibido, el pequeño Juanito le dijo a su mamá "tengo miedo", y la madre le respondió, "¡que bobada! de eso no hay que tener miedo". Y Juanito aprendió, no lo que su mamá le dijo porque él sentía miedo y no sabía como dejar de sentirlo, pero si ese mensaje de "no hay que tener miedo". Traducido, no hay que expresar miedo, y de paso, cuando se sienta tratar de ignorar que se siente.
Aprendemos a ignorar el miedo, en sus múltiples grados, y sólo lo reconocemos cuando es grande el miedo sentido, así que dejamos de querer tenerlo presente, aunque sea en forma de rabieta o a través de una risa que sabemos de dónde sale.
El miedo se nos manifiesta de mil formas, como una leve sensación en el estómago, o como fuerte taquicardia, pero tendemos a ignorarlo mientras no sea muy grande, y de paso nos decimos "yo no tengo miedo", si acaso respeto, o, es que prefiero otra cosa, o, me da mal rollo. Somos buenos disimulando.
Pero los miedos solo se superan de frente, y precisamente lo que hace el miedo es evitar, descartar, echarte atrás, así que si un peque ya aprendió a que no debe reconocer el miedo, puedes seguirle la pista teniendo en cuenta cuándo prefiere apartarse o esquivar algo, y con un poco de ayuda que lo enfrente y realmente lo supere. Y por supuesto, estoy hablando de peques desde los 0 hasta los 125 años.
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