viernes, 9 de mayo de 2014

La inspiración de los científicos

La creación es la visión, también repentina,
de una perspectiva inédita.
(A. Blay Fontcuberta) 


¿Cómo se inspiran los científicos? ¿De dónde surgen esas ideas que forman nuevos paradigmas en la ciencia, que cambian nuestra visión del cosmos? ¿Surgen esas ideas con método y dedicación o brotan de repente como una suerte de géiser del pensamiento? Hay quienes opinan que la inspiración, en su aspecto creativo, tiene que ver con el trazado de nuevas rutas neurológicas, entendidas como procesos asociados al encuentro personal y al asombro relativos. Aquí la inspiración, identificada con la creatividad, se entiende como capacidad de dar respuestas, elaborar o inventar producciones originales, valiosas o de cuestionarse y resolver problemas de un modo inusual. A. Blay Fontcuberta considera que para conseguir esta perspectiva había que situarse en un nivel distinto del acostumbrado, abandonar lo viejo, lo trillado, dejar de dar vueltas, aunque no sea más que por un momento, alrededor de los datos conocidos. Algo que, según Fontcuberta, requiere adiestramiento. A veces son situaciones anómalas las que catalizan la inspiración, como creía Albert Einstein, quien confesó que las principales ideas sobre su Teoría se le ocurrieron cuando se hallaba enfermo. Añadía que no existía un camino lógico hacia estas leyes elementales. En lo que sí parece haber acuerdo es en que la inspiración, el toque de genio, la idea asombrosa que aparece en la mente de un investigador necesita siembra y cuidados, muchos cuidados. La mente perceptora ha de estar preparada, debe "merecerlo". Y para merecerlo nada como el trabajo y la dedicación. Lo que suele ocurrir es que durante la tensión del esfuerzo intelectual, agarrotados los músculos de la intuición, la inspiración se resiste, y cuando el esforzado científico se relaja, se toma un respiro, esta intuición genial aflora de forma fortuita (a falta de mejor palabra) entre las reflexiones del afortunado. La mente de este ser pensante, elástica y preparada para detectar cualquier matiz inusitado, recibe un pequeño fogonazo o débil destello que luego, tras los correspondientes trabajos, da a luz la concepción genial. Los casos más paradigmáticos, aquellos que pertenecen al acervo popular, son los casos de Newton, a quien se le ocurre su teoría de la gravedad al ver caer una manzana de un árbol, y Arquímedes, quien, sumergido en una bañera, descubrió el principio que lleva su nombre. 


Podría uno extenderse sobre el particular, pues la materia da de sí, pero es preferible que sean los propios científicos quienes nos cuenten sus casos de súbita inspiración. Unos pocos de estos ejemplos nos instruirán mejor que veinte tratados de psicología de la creatividad.
  • August Kekulé, el químico que desentrañó la complicada estructura del benceno, aseguraba que la forma circular de dicha estructura le sobrevino durante una cabezadita que se echó mientras preparaba un manual de química frente a la chimenea. Comenzó a soñar sobre una danza de átomos que poco a poco se transformaron en serpientes y una de ellas, de repente, se mordió la cola formando un anillo. Kekulé se despertó en ese momento y se pasó la noche tratando de disponer los átomos de carbono e hidrógeno siguiendo la figura de la serpiente enroscada.
  • Einstein hallábase un buen día sentado en la oficina de patentes de Berna, donde trabajaba, cuando un repentino pensamiento le vino a la cabeza: "si una persona cae libremente, no sentiría su peso". La idea le provocó un peculiar desasosiego, una excitación extraña, una inmensa impresión que finalmente le llevó a la visión de que la masa gravitacional de un objeto y su masa inercial, son en realidad la misma cosa. Esta visión de Einstein le llegó en 1907, y fue la base de su conocida Teoría de la Relatividad.
  • Fred Hoyle, físico británico, cuenta que en cierta ocasión le llegó la inspiración conduciendo su coche de camino hacia Escocia. Comparaba semejante revelación con la que le aconteció a San Pablo en el camino de Damasco. A finales de los años 60, Hoyle y su colaborador Jayant Narlikar habían estado trabajando sobre la teoría cosmológica del electromagnetismo, teoría que utilizaba matemáticas muy complejas. Un día, mientras trataban de solucionar una complicada integral, Hoyle decidió tomarse unas vacaciones. El investigador dejó Cambridge para dirigirse a Escocia, donde pensaba reunirse con unos colegas y hacer excursiones. Fue en la ruta hacia Escocia, a la altura de Bowes Moore, cuando de repente le sobrevino la inspiración. Una inusitada comprensión matemática alumbró su mente y le proporcionó la solución del problema que le traía a mal traer. El efecto iluminatorio, según su testimonio, apenas duró cinco segundos, pero fue lo suficientemente intenso para que pudiera almacenar en su memoria los pasos esenciales de la plausible solución. Tan convencido estaba Hoyle de la certeza de semejante revelación, que no consideró necesario detenerse para anotarla en un papel. Cuando diez días después regresó a Cambridge, no tuvo dificultad en desarrollar los pasos matemáticos que le permitieron solucionar el problema que le ocupaba.
  • El prestigioso físico Roger Penrose probó en 1965 que las singularidades (cantidades infinitas que aparecen en las principales fórmulas físicas y cosmológicas) son consecuencia de las ecuaciones de la relatividad general y se hallan presentes en la mayoría de las soluciones que pueden describir el universo real. Pero lo que aquí nos interesa es cómo Penrose alcanzó tan genial intuición. Paseaba una tarde conversando con un amigo y mientras cruzaban una calle tuvo un pensamiento que inmediatamente olvidó al reanudar la conversación con su acompañante. Esa noche, en casa, se sintió feliz y contento, pero ignoraba por qué. Fue al repasar lo que le había ocurrido ese día de extraordinario, que recordó ese súbito pensamiento que tuvo al cruzar la calle, a saber, que las "singularidades" debían encontrarse en todas las soluciones que cumplieran una serie de condiciones razonables, y que existía una manera de probarlo.
  • A comienzos de 1927 Niels Bohr, Werner Heisenberg y otros eminentes físicos discutían problemas que planteaba la novísima física atómica, en particular la dualidad onda-partícula de la realidad física. ¿Por qué existían dos descripciones completamente distintas y a la vez equivalentes de la realidad física? Así las cosas, Bohr decidió tomarse cuatro semanas de vacaciones para irse a esquiar a Noruega. En uno de sus descensos alpinos, Bohr lo vio todo claro de repente: la física no trataba de la naturaleza, sino de nuestro saber acerca de la naturaleza. Esas dos imágenes contradictorias, onda y partícula, no describían los mismos fenómenos del mundo físico, sin que más bien eran conceptos con cuya ayuda nos limitábamos a comunicar las experiencias realizadas bajo diferentes condiciones experimentales.
  • El naturalista Louis Agassiz, suizo nacionalizado norteamericano, se esforzó durante semanas en vano por determinar a qué especie pertenecía un pez fosilizado cuyos contornos eran apenas perceptibles. Una noche, mientras dormía, se le apareció repentinamente el animal a todo detalle. Por la mañana recordaba el sueño, pero había olvidado algunos pormenores importantes. A la noche siguiente, el sueño se repitió, pero tampoco pudo recordarlo todo al despertarse. Entonces, la siguiente noche al acostarse, el profesor Agassiz puso al alcance de su cama papel y pluma. Se despertó varías veces, pero sin recordar nada. Hacia el amanecer, el pez apareció de pronto en un sueño. Medio dormido, en la penumbra del dormitorio, Agassiz dibujó sus contornos tan bien como pudo. Por la mañana encontró el bosquejo sobre la mesilla de noche, y con él se dirigió apresuradamente al Jardin des Plantes -se encontraba entonces realizando estudios en París-, en cuyo Museo de historia natural se conservaba el fósil. Con un cincel descubrió las partes aún ocultas del pez. Asombrado descubrió que el dibujo esbozado en sueños correspondía exactamente a la forma del animal.
  • Igor Sikorsky, el inventor del helicóptero, tenía diez años cuando se vio a sí mismo en sueños sentado en un enorme aparato empanelado en madera de nogal, que volaba por los aires. Tres décadas más tarde, en unos astilleros americanos, supervisaba la construcción de un Clipper de cuatro motores diseñado por él. Cuando se estaban dando los últimos retoques al interior del aparato, Sikorsky subió a bordo y reparó, asombrado, que se trataba del mismo interior que viera en el sueño de su infancia.
  • La invención de la máquina de coser por Elias Howe también tiene su origen en un sueño, al igual que los experimentos de Otto Loewis sobre la transmisión química de los impulsos nerviosos, que en 1936 le valieron el premio Nobel.

Los matemáticos también se inspiran

"Todas las noches creía haberlo conseguido, pero
al rayar de nuevo el alba descubría al instante
el error de los resultados que había obtenido la víspera.
Al séptimo día, finalmente, las murallas se derrumbaron.
(Laurent Schwartz, matemático) 

Por ser profesión afín a la ciencia, y constituir la materia de sus desvelos la principal herramienta de la que los científicos se valen, expongo a continuación casos curiosos de inspiración de algunos matemáticos. Los procesos de estas inspiraciones, tan similares a los expuestos hasta aquí, permitirán hacernos una idea más cabal de la inspiración como fenómeno creativo. Estos son los casos:
  • Carl Gauss estuvo durante años luchando con un problema relacionado con los números enteros. Un día, súbitamente, la solución le vino a la cabeza. El eminente matemático aseguró desconocer los hilos que le llevaron de los pensamientos que ocupaban su mente en aquel momento a la solución que buscaba. Sólo sabía que la comprensión del problema le vino de improviso, como un relámpago.
  • Henri Poncairé había dedicado innumerables esfuerzos y tiempo a un intrincado problema de funciones matemáticas. Un día, a punto de embarcarse en una excursión geológica, en el momento de poner pie en el autobús, le vino a la mente la solución del problema que tan ardua, e infructuosamente, había estado buscando. Asegura Poncairé que ninguno de los pensamientos que entonces ocupaban su mente, guardaba relación con los cálculos en cuestión. Y tan seguro estuvo de haber alcanzado la solución a su problema, que la almacenó en el fondo de su memoria y continuó charlando de otros asuntos. Cuando regresó de la excursión, ya tranquilo en casa, no le costó esfuerzo comprobar que la solución que tan súbitamente le sobrevino era correcta.
  • El también matemático Hamilton relata así el proceso que le llevó a descubrir los cuaternios: "Vinieron a la vida, o vieron la luz, completamente maduros, el 16 de octubre de 1843, cuando paseaba con la señora Hamilton hacia Dublín, justo al llegar al puente de Brougham. Allí, y en aquel momento, sentí que el circuito galvánico del pensamiento se cerraba y las chispas que saltaron de él fueron las ecuaciones fundamentales que ligan i, j, k [los nuevos números que hacen el papel de i dentro de los números complejos], exactamente igual a como los he usado siempre desde entonces... Sentí que en aquel momento se había resuelto un problema, que se había satisfecho una necesidad intelectual que me había perseguido durante más de quince años".
  • El matemático indio Srinivasa Ramanujan aseguraba que una diosa hindú le pasaba las ideas mientras dormía. De ser así, la diosa no era infalible, pues Ramanujan cometió algún que otro desliz. Pero sí pródiga, a tenor de los muchos cuadernos de fórmulas que nos legó el malogrado genio indio.
  • María Agnesi, también matemática, aseguraba que producía sus mejores resultados mientras caminaba sonámbula.
Sirva la anterior recolección de anécdotas, sin pretensiones epistemológicas, para que reflexionemos sobre la inspiración y, de ser posible, que esa misma reflexión nos inspire. Así sea. 

Lamberto García del Cid

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