Existen preguntas que, desafortunadamente, nos hacemos cada vez menos; se trata de interrogantes cuya magia no está en la respuesta, sino en el solo acto de hacerlas
¿Alguna vez te has preguntado cuánto pesa una nube? Y ahora que te lo pregunto, ¿qué opinas? ¿Crees que es un dato absolutamente irrelevante? ¿Crees que la sola pregunta es infantil, absurda? No importa la respuesta a ninguna de estas interrogantes, pero sí el acto de preguntarlo, y mucho.
El cuestionamiento, la inquietud por saber, por entender, es sin duda uno de los instrumentos más útiles y apasionantes a disposición del ser humano; la curiosidad, el deseo de penetrar las cosas en busca de explicaciones. Pero tal vez lo realmente valioso en esta dinámica no son las virtuales respuestas que podamos ir generando, sino ese espíritu que nos lleva a preguntarnos –sobre todo cuando se trata de cosas cotidianas, cuya existencia y comportamiento ya damos por hecho.
Pero regresemos a la interrogante inicial. De acuerdo con Peggy LeMone,
investigadora del National Center for Atmospheric Research de Estados
Unidos, lo primero que debes hacer para calcular el peso de esa nube que
te coquetea desde arriba es calcular su densidad. Por ejemplo, una
clásica nube cumulus tiene una densidad de medio gramo por
metro cúbico. Luego hay que definir su tamaño, para lo cual, si te
colocas donde puedas ver la nube justo entre tú y el Sol, entonces
puedes medir su sombra. LeMone, quien utiliza para esto un odómetro,
asegura que el tamaño promedio de una cumulus es de 1km de largo y al
ser, por lo general, cuerpos relativamente cúbicos, entonces asumamos
que ese mismo kilómetro lo tiene de altura. Así que, en este caso, el
ejemplar promedio tendría un volumen de alrededor de mil millones de
metros cúbicos. Ya teniendo la densidad y el volumen podemos calcular
cuánta agua está contenida en esa nube, lo cual, en nuestro caso, serían
500 mil kilos. Es decir, cuando te colocas debajo de una nube suave y
acolchonada, básicamente tienes arriba de ti 500 toneladas de agua.
Ahora que ‘sabemos’ cuánto pesa una nube, seguramente nuestra vida no cambiará mucho con este dato. Quizá lo olvidemos mañana, o su memoria termine barrida por la próxima lluvia. Sin embargo, el simple hecho de habernos sumergido en este ejercicio es, creo, un tanto revitalizante. Hay preguntas que en realidad no tienen respuesta, o que más allá de responderlas parecen diseñadas para hacernos reflexionar, para destilar nuestras vivencias en forma de metáforas que a la vez mutan en más preguntas y, eventualmente, terminamos platicándonos nuestra existencia de forma distinta –por ejemplo los koans. Y muchas de estás interrogantes son las que, de inicio, podríamos considerar como más infantiles o menos relevantes.
¿Dónde nace exactamente una ola? ¿por qué, a veces, aparece la Luna de día? ¿cuando vemos una estrella, estamos viajando en el tiempo?
¿por qué los rayos de luz son siempre rectos? ¿puede un gato matar a
una persona? ¿qué son las figuras de colores que vemos al cerrar los
ojos tras haber visto directamente una luz? ¿por qué aúllan los perros a
la Luna; ven fantasmas?
Twitter del autor: @ParadoxeParadis
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